El 8 de julio de este año, mi abuela comenzó a padecer de un malestar que la dejaba sin ánimos. Sus ojos estaban desorientados, su mirada era triste y ya no respondía cuando le hablaban.
Día tras día, su situación se fue empeorando, llegando a sentir que le faltaba el aire. En las noches no dormía y sus emociones no eran fáciles de manejar.
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No quería comer, no iba al baño y pasaba todo el día tumbada en la cama. Sus hijos no sabían que hacer. Con la incertidumbre de llevarla a un centro asistencial donde pudiera enfermar más, decidieron dejarla en casa.
Todos los síntomas apuntaban a la COVID-19 y su deterioro fue inmediato. Luego de una semana, desde los primeros síntomas, tuvo un desmayo terrible, del cual nadie pensaba que iba a sobrevivir.
A las 11:00 pm, entre vecinos y sus hijas lograron sacarla de la cama y montarla en el carro para llevarla a un centro asistencial. Pasaron por cinco lugares y en ninguno se les permitió la entrada por estar colapsados con pacientes con síntomas de coronavirus.
Mi abuela, tiene 82 años, es oriental de nacimiento y ha vivido toda su vida entre Sucre y Anzoátegui. Siempre la he visto como esa mujer fuerte, que pocas veces llora, se decae o se deprime.
Esta vez era distinto, sabía que no estaba bien desde que me vio de lejos y no tuvo ánimos de darme la bendición. No era la misma y aunque no lo decía, su miraba la delataba.
Sin mejoría, al día siguiente, en medio del desespero la llevaron a hacerse una placa del tórax. El resultado estaba a simple vista, sus pulmones estaban totalmente afectados.
El poder de la oración
Mi abuela inició su tratamiento, el viernes 10 de julio, con un diagnóstico muy poco alentador: una neumonía grave y severa tenía sus dos pulmones congestionados.
El médico al ver su placa le dio pocas esperanzas, por ser una persona mayor con mucho riesgo frente a esta pandemia.
El día de mi abuela iniciaba con tres pastillas, luego venía una nebulización por 45 minutos, después otras dos pastillas, y así sucesivamente. Diariamente, tomaba ocho pastillas y debía nebulizarse cuatro veces al día.
Un tratamiento por 15 días, fue milagroso. Después de una semana, su ánimo y semblante cambiaron.
Mi abuela es muy creyente en Dios y en muchos santos. Su fe está presente en todos los momentos difíciles que le ha tocado vivir y la ha hecho la roca de la familia.
Escolástica, hoy después de casi un mes de todo este episodio que toco la puerta de nuestra familia, nos ha dicho que Dios le regaló otra oportunidad para seguir compartiendo con nosotros.
En su tercera y última placa del tórax se dejó ver sin rastros de neumonía. Los comentarios del médico son casi imposibles de creer “esta señora no estaba en la lista”. El médico bromea siempre que le toca venir a casa a revisarla.
Somos afortunados de tenerla con nosotros todavía y que Dios nos la haya prestado por más tiempo, para seguir dándonos la bendición todos los días.