Día 55: Margarita tiene miedo a morir de hambre

De acuerdo a la última versión de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) elaborada por la Universidad Central de Venezuela (UCV), Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y Universidad Simón Bolívar (USB), el 87% de los hogares en Venezuela entran en la categoría de pobres y muestran un 80% de inseguridad alimentaria.

Asimismo, el 89% de las familias pobres no tiene suficientes ingresos para comprar alimentos. Por lo que se encuentran en alto riesgo de hambruna.

Ahora es noticia: ¿Cómo los cuerpos de seguridad violan los DDHH en operativos policiales?

Mi preocupación

Desde que comenzó la cuarentena no he parado de pensar en las familias vulnerables de mi zona. Esas personas que viven muy lejos de la ciudad, donde verdaderamente no llega señal telefónica, tienen problemas de agua y luz. Muchas fallas en servicios que aumentan la  pobreza extrema a muchas personas en Venezuela.

Sí, hay muchas personas que viven en situaciones críticas, pero pocos se atreven a contarlo. La realidad es que muchos vivimos en una burbuja esperando que alguien haga algo por otros. No es necesario formar parte de un grupo de apoyo para ayudar al más necesitado, y ser el reflejo de lo positivo.

Conocí a Margarita y a sus tres hijos en una estación de gasolina

Eran las 8:30 de la mañana y me encontraba en una cola para surtir gasolina, tenía mucha hambre, me desesperaba cada vez más la gente a mi alrededor. Sentía que no podía con lo que veía. Mis ojos se humedecieron, salí un momento a tomar aire, me senté en la cera y seguí viendo hacia la esquina, era algo que no podía explicar.

Seguí pendiente de surtir  gasolina y me acordé que tenía un pan en la guantera del carro. Pan, queso y un poco de mantequilla fue lo que pude comprar para estar todo el día en la cola.

Ese día no logre surtir gasolina porque cuando casi llegaba a la estación apareció un guardia, diciendo: «señores se acabó la gasolina, vayanse a sus casas».

Primera vez que no me importaba absolutamente nada, solo me preocupaba lo que me ponía triste en ese momento. No dejaba de mirar hacia la esquina de la estación, era una madre con un bebé en brazos y dos niños al lado.

Me acerqué con la intención de preguntarles qué hacían allí, por qué no estaban respetando la cuarentena. Qué hacían tres niños sin tapaboca en la calle, y a esa hora. Pues, a veces, no sabemos las carencias de otras personas y juzgamos sin saber.

Le pregunté su nombre, ella estaba muy cohibida. Su mirada me hablaba y sentía su rechazo, claro, una extraña le estaba hablando:

-Margarita, me contestó.

Soy Jessica mucho gusto, le dije.

Encuentro

Saludé a los niños y saqué un pan que estaba en una bolsita negra que cargaba en mi mano derecha. Particularmente los niños tenían la edad que suponía. La bebé tenía dos añitos, llevaba puesto una franela que le quedaba un poco ancha, estaba descalza, sus ojos me encantaron eran marroncitos como el café.

Margarita a su derecha tenía a dos niños grandecitos.

¿Cómo se llaman?

-Carlos y Rubén, me dijo su madre

Carlos el niño menor tiene seis años llevaba puesto un pantalón negro y roto por ambos lados, una camisa marrón desgastada, un poco tímido.

Rubén tiene nueve años, el más bochinchero y encantador. Llevaba puesto una camisa de rayas muy desgastada, un pantalón roto en los bolsillos y unas cholitas rotas en la suela.

 Le pregunté a Margarita:

 – ¿Qué hacen aquí?

-«No tengo con quién dejar  a mi hijos, debo salir todos los días a buscar qué come. No me puedo quedar encerrada en casa, este es mi punto de trabajo, aquí pido dinero para alimentar a mis hijos», me dijo con sus ojos llorosos.

No me sorprende ver este tipo de cosas en Venezuela, la mayoría de las personas están pasando por una gran pobreza extrema  y sin importar la pandemia deben salir a buscar su pan de cada día.

«Sé que estamos pasando un momento crucial en nuestras vidas, yo vivo sola con mis hijos, y me da miedo que ellos mueran de hambre. Me da miedo morir de hambre», expresó Margarita llena de nostalgia.

Le comenté que era periodista, que deseaba saber su situación, ella me miró y me dijo que me iba a comentar lo que estuviese a su alcance. Que por favor no le tomara foto que eso le daba pena (risas).

¿En qué condición precaria vive Margarita?

Margarita vive con sus hijos en una casita alejada de la ciudad, Villa Bahía un pueblito a media hora de Puerto Ordaz. Particularmente su casa está hecha de zinc color gris, las maderas que sujetan el zinc ya están desgastada por los rayos del  sol que cae fuerte sobre su techo. La puerta es de madera y está podrida por el tiempo.

Una nevera en la que la mayor parte del tiempo está vacía: agua, jarras de plástico, perejil, y una olla con agua para mantenerla  fría.

Me cuenta que a veces pasa dos o tres días sin probar un bocado de comida, porque lo que pide en la calle le alcanza para darle de comer a sus hijos.

«Lloro cada vez que mis hijos me piden comida y no tengo qué darles», dijo Margarita.

En su casita tienen dos camas pequeñas allí duerme con sus tres hijos, a la izquierda en una mesita de madera tiene una foto de su difunto esposo, quién murió a manos del hampa.

«A mi esposo lo mató alguien que lo quería robar, desde que él falleció mi vida nunca fue igual», expresó llorando.

Margarita desea salir adelante con sus hijos, le pide a Dios que la ayude a darle un mejor bienestar  a sus pequeños, no quiere salir a pedir a la calle porque no quiere exponerse más, pero la situación caótica lo impide.

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