Dos días con fiebre, dolor de cabeza, falta de apetito, y mucha debilidad. Eran los síntomas que tenía Andrés, un joven de 25 años que vive solo en plena pandemia. Toda su familia se fue al exterior este año y, en espera de su título universitario, tuvo que quedarse en el país.
Los síntomas se mantuvieron por una semana, y como tantos venezolanos, en lo primero que pensó fue en el tan conocido coronavirus.
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La experiencia en pandemia
Decidió ir por sus propios medios a hacerse la prueba para descartar o saber si se había contagiado del virus, que, actualmente, causa estragos en el mundo.
Al llegar al primer centro de salud, una clínica de la ciudad de Puerto La Cruz, no pudo ni asomarse a la puerta. El vigilante del lugar al verlo, y decirle que venía para hacerse la prueba o que algún médico lo pudiera revisar, se alejó de manera despectiva.
Sus palabras fueron, “aquí estamos sin médicos disponibles y además esa prueba no se está haciendo”. Tuvo que irse, sin siquiera tener las palabras de algún profesional de la salud.
En el segundo intento, se dirigió hasta un Centro de Atención Integral (CDI), donde la fila de personas, en espera para ser atendidas, sobrepasaba las 150. Al llegar, una enfermera le dijo que no había pruebas, y que tenían una semana esperándolas. Además añadió que muchas personas estaban en lista para la prueba de PCR, que le recomendaba quedarse en casa.
Con el clima de Puerto la Cruz, en pleno mediodía, Andrés, sudoroso, con fatiga, escalofríos y la mente nublada decidió irse hasta otra clínica cercana.
Al llegar, y hablar en recepción, la expresión de la secretaria al decirle la palabra COVID-19, fue como si le dijeran que la peor de las noticias. Al momento lo aislaron, en espera de que llegara un médico para atenderlo.
Transcurrieron tres horas de espera. Andrés decidió volver a preguntar por el médico. La respuesta fue: “todos están con pacientes crónicos en terapia intensiva, no hay médicos disponibles para verte”. Andrés rompió a llorar y se desplomo por exceso de debilidad en su cuerpo.
Un ángel caído del cielo
Un ángel mandado del cielo se le acercó y le dijo “tengo un amigo medico jubilado que puede saber que tienes, pero debes verlo desde la puerta y no entrar a su casa”.
En el mismo instante, llegó una doctora y le dijo que fuera al hospital Razetti de Barcelona. Que podría ser paludismo por los síntomas que presentaba y que necesitaba hacerse la prueba.
Se acercó a él un señor, que le ofreció llevarlo hasta el hospital, pero en la parte trasera de su camioneta. Andrés aceptó y logró llegar hasta el centro médico.
Increíblemente, al momento de su llegada, por el mal estado de su aspecto físico, fue atendido por un residente de medicina de su misma edad. Le hicieron la prueba para descartar el paludismo, el resultado fue positivo.
En los medios de comunicación y toda la información que se difunde sobre la COVID-19. Recalcan que, al tener síntomas del virus, debe buscar atención médica de inmediato.
Pero, ¿qué pasa si esta no se consigue en plena pandemia? ¿Quién es el culpable? ¿A quién se le reclama? ¿Esto debería de aceptarse? La respuesta es no.
La salud no espera. Es la vida o la muerte, pero en Venezuela se volvió un lujo tenerla, con dinero o sin dinero, en estos momentos, no puedes acceder a ella. No hay médicos y los que están hacen un esfuerzo sobrehumano, para poder atender a la emergencia que vivimos.