“El dominio por la pura violencia entra en juego allí donde se está perdiendo el poder”
Hannah Arendt»
La renombrada teórica política Hannah Arendt hizo una distinción clara entre violencia y poder, ella entiende la violencia como meramente instrumental, esto se refiere al reino de los medios, más no es un fin en sí ya que siempre busca atacar, subvertir y agredir. La violencia tiene una característica importante y es que como medio no se conoce de manera exacta cuál es su fin, la violencia se incrementará en la medida que encuentre resistencia, mientras más resistencia mayor violencia.
¿Quién puede de manera precisa responder a la pregunta dónde termina la violencia? Quizás los muertos de Hiroshima y Nagasaki, pero ya no están para contarlo. Por su parte, el poder es inherente a la comunidad puesto que surge a partir de esta y se relaciona directamente con el reino de los fines, ya que a diferencia de la violencia no es instrumental.
La violencia como herramienta
La violencia ha sido un elemento reiteradamente practicado por parte del gobierno, cabe recordar que el difunto intentó dos golpes de estados en los noventa. En principio este sujeto intento trastornar el sistema político que desde 1958 no sufría un desequilibrio tal como un golpe de estado. Ya el germen de la violencia estaba presente en los albores de lo que se conocería como Socialismo del Siglo XXI. Esa violencia característica del régimen se extenderá como un elemento común desde 1999 hasta nuestros días.
Volviendo a Arendt, ella comenta que lo único que necesita el poder para sostenerse es la legitimidad. Cabe preguntarse ¿Posee el gobierno algo de legitimidad? ¿legitimidad de origen o de desempeño? La respuesta a ambas preguntas es la misma: ¡no! En primer lugar, la farsa electoral de mayo de 2018, en la que los principales partidos políticos de oposición decidieron no participar, que contó con un “candidato” obsecuente como Henri Falcón, que quedó plagada de irregularidades como los llamados puntos rojos en las inmediaciones de los centros de votación y que no estuvo acompañada por las organizaciones internacionales mejor reputadas (ONU, OEA); en ningún sentido de ese “proceso” electoral emanó la voluntad de la ciudadanía.
Por su parte, la legitimidad de desempeño ha sido groseramente negativa, incluso desde la elección presidencial del 2013. Desde esa elección a través de la cual fue electo el ilegítimo, el descontento social se ha incrementado dramáticamente. Ello ha sido patente por la cantidad de protestas ciudadanas, primero por la destitución del ilegitimo en el 2014 y todo 2017 y, posteriormente con las miles de protestas desarrolladas en todo el territorio nacional por la escasez de alimentos, medicinas, por salarios justos y por el deterioro de los servicios públicos. Tal descontento a depreciado grandemente la legitimidad de desempeño del ilegítimo.
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Sin legitimidad y, consecuentemente sin poder al régimen le queda la violencia, violencia aplicada sistemáticamente sobre una sociedad entera: partidos políticos, ONG, sindicatos, estudiantes, periodistas, militares disidentes. La manifestación de esta violencia es visibilizada en el intento de socavar a la junta legítimamente constituida de la AN. Primeramente, impidiendo desde el 5 de enero el acceso al palacio federal legislativo de los parlamentarios, luego dando la orden a los colectivos de amedrentar no solo a los diputados sino a los periodistas que hacían su trabajo, finalmente con el atentado a un grupo de parlamentarios que fueron blanco de disparos, piedras y objetos contundentes.
Los venezolanos se encuentran ante un momento delicado, pues como se preguntó al principio ¿Quién sabe dónde termina la violencia? Ciertamente no se sabe, pero lo más seguro es que el gobierno podrá poseer la violencia, pero el poder ya no lo tienen. Es por ello que a la sociedad venezolana se le presenta una oportunidad, la de entender que el poder es la manifestación propia de la comunidad. Ese poder remite a todos los venezolanos, tanto los que están adentro del país como fuera a gritar: ¡Queremos libertad!.
Este es un artículo muy interesante, haciendo referencia a Arendt, anclamos nuestra realidad al amplio análisis de esta teórica, que bien explicas a colocado a la violencia separada de la política, porque entiende que donde exista la violencia como un ejercicio frecuente para el dominio, la política no tiene cabida.
Y es interesante internalizar esto para alejarnos de los pensamientos simplistas que hoy día aborrecen la política, ya que están dotándola de elementos que pervierten su imagen y valor humano.