Los sacrificios del ejercicio político

Cuando uno piensa en un sacrificio tiende a remontarse a los rituales religiosos, o en las prácticas ancestrales de los tiempos babilónicos o aztecas, pero no consideramos pequeños y constantes sacrificios que configuran la vida de los hacedores de política y que forman parte importante del ejercicio del poder. 

Ejercicio político

En la actualidad y probablemente como consecuencia del auge de las redes sociales y el aumento de los perfiles personalistas, la vida del político de profesión se mantiene constantemente como un tema de interés público, no sólo cuando se trata de juzgar su proceso de toma de decisiones que afecten a la esfera pública, sino que cada vez más, los ciudadanos demandan acceso a información privada, como sus gustos y preferencias, sus pasatiempos, círculo social… Todo con el aparente objetivo de conocer su carácter, y construir un vínculo con la comunidad, para que esta confíe en él y lo respalde con su voto. Sin embargo, si su derecho a la intimidad se encuentra así afectado, ¿es posible pensar que desaparece? 

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¿Ejercicio de funciones o atentado contra la intimidad?

En las sociedades democráticas, al quedar electo en un cargo público, el ciudadano común se convierte en un funcionario, que además de estar sujeto al cumplimiento de la legalidad, son responsables política y moralmente ante el resto de los ciudadanos, tanto por sus comportamientos públicos como privados. La vida íntima del político puede ser objeto de escrutinio, especialmente si es incompatible con el desempeño de sus funciones. De tal forma que, aunque no exista una legislación que regule a detalle cómo debe ser el comportamiento de estos, hay una serie de obligaciones no escritas que los señalan como elementos ejemplificadores de la sociedad a la que pertenecen, lo que coloca a la profesión de político como una condición negativa en el conjunto de facultades asociadas al derecho a la intimidad. 

Según el politólogo Dennis Thompson, a la hora de asignar las responsabilidades consecuentes al ejercicio del poder, conocer el comportamiento público de un político es insuficiente. Por esa razón, cada vez más las campañas políticas involucran aspectos de la vida privada del aspirante a un cargo, que no solo lo incluyen como individuo, sino que incluye a su círculo familiar y social, muchas veces desdibujando los límites ya no tan claros entre la esfera pública y privada, entre lo real y lo ficticio, al construir un prototipo de “político perfecto e intachable” o “político accesible y humano” que crea unas expectativas quiméricas sobre su persona, y que una vez electo, son imposibles de llenar.

Por lo tanto, a la hora de exigir responsabilidades a los políticos no debemos fijarnos solamente en los resultados prácticos que pueden alcanzar como gestores de la cosa pública, sino que hay que exigirles cierta probidad en sus comportamientos, y entender las alarmas que la falacia de la solución perfecta crea una falsa dicotomía. 

Texto: Georgelina Guerrero

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